Hasta la década de 1940 cientos
de mujeres fueron tratadas con rayos X para deshacerse de por vida del vello
sobrante. Hoy en día tenemos la depilación laser, pero a principios del siglo
XX las mujeres, que tan apegadas habían estado a su vello en épocas anteriores,
desean eliminar el vello excesivo y aunque, ya se conocían los efectos nocivos
de la radiación X, los empresarios se las arreglaron para hacer creer a las
clientas que se trataba de una radiación inofensiva.
Era un negocio tentador y
revolucionario, desde que en 1895 Wilhelm Röntgen descubriera los rayos X,
estos se habían convertido en un milagro. Su presencia en algún producto o su
simple nombre significaban progreso. Por eso se utilizaban como estrategia de
marketing pero también como remedio para numerosos males dermatológicos. A la
vez que aparecían diversos aparatos de rayos X para curar tejidos enfermos o
simplemente para ver el interior del cuerpo humano, (con múltiples fines, véase
Shoe-fitting fluoroscope) también se comprobaba que el vello de la zona donde
se aplicaba esta radiación, se eliminaba cayendo por sí solo.
El negocio estaba hecho, se elaboraría
un tubo con las propiedades de eliminar el dichoso vello del bigote y la
barbilla, las mujeres acudirían en masa ante este invento revolucionario y todos
los centros de belleza del país primero y quizá del mundo entero después, se harían
con un tubo cornell. Albert C. Geyser creó este tubo en 1905, su incansable
estudio de los rayos X le supuso la amputación de varios de sus dedos a
consecuencia de un cáncer. Finalmente perdió su mano derecha.
A pesar de todo, Geyser siguió
adelante con su invento asegurándolo con una gran barrera de vidrio de plomo
que frenaría la agresividad de esta radiación. Vendía el tubo Cornell como un invento
que permitiría a las mujeres tener una piel “blanca, impecable y sin vello”. Su
empresa Tricho Systems consiguió en pocos años una red de salones de belleza, a
los que prestó su maravilloso invento. Las mujeres acudían interesadas en un método
no doloroso, al contrario de los ya existentes. Sus terapias consistían en unas
20 sesiones de radiación.
- El sistema Tricho elimina el vello superfluo de forma permanente.
- Sin dolor no hay inconveniente. Los tratamientos están libres de cualquier sensación.
- Los tratamientos duran sólo unos pocos minutos.
- Los tratamientos se aplican cada dos semanas.
- Quince tratamientos son suficientes en la gran mayoría de los casos.
- No aparecen cicatrices ni otras lesiones en la piel más delicada.
- Todos los tratamientos son administrados por operadores instruidos personalmente por Albert C. Geyser.
- Avalado por médicos y expertos en belleza.
- Comprobado científicamente.
- Eliminación permanente del vello superfluo garantizada.
En 1929, una revista médica publica
un artículo alertando a todos los médicos y propietarios de salones de belleza
advirtiendo de los peligros de esta máquina. Se pidió detener inmediatamente el
uso de los equipos de rayos X. Poco después se derrumbó Tricho Systems, debido
a las numerosas denuncias que recibieron de clientes descontentos. Pero, la desaparición
de Tricho solo consiguió que se desarrollaran otros dispositivos parecidos con
los mismos efectos secundarios.
Una gran dosis de radiación podía
ser fatal, pero en pequeñas dosis sus efectos no se perciben hasta pasados
muchos años. Con el tiempo, este daño fue manifestándose como falta de pigmentación,
arrugas, queratosis, ulceraciones y más tarde aparecería el cáncer y
probablemente la muerte.
La media de tiempo que pasa entre
la exposición a los rayos X y el diagnóstico de cáncer de piel es de 20 años aproximadamente.
Para el 1940 los efectos a largo plazo del uso de rayos X para tratar el exceso
de pelo y otras enfermedades de la piel se hicieron evidentes. Con mucho
retraso, las autoridades se vieron obligadas a actuar. Por desgracia, el cierre
de todos los establecimientos les llevaría muchos años ya que muchos estaban
dirigidos por empresarios individuales con los clientes ganados por el boca a
boca. Artículos y reportajes en periódicos, revistas y libros advirtiendo de
los peligros de los tratamientos ayudaron a acabar con el negocio y, por fin,
la última de las máquinas cesó su labor. Los informes de las mujeres lesionadas
por tratamientos con Tricho aparecieron en las revistas médicas en la década de
1940.
Así pasó un episodio desgarrador
que continuó produciendo una gran cantidad de angustia personal, daños físicos
y muertes mucho tiempo después de que la última máquina se apagara.
Fuentes:
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